miércoles, 23 de enero de 2008

MONÓLOGO: UNA GATA ÚNICA EN EL MUNDO

FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES (Cuba/España)
Monólogo teatral o cuento del yo mentiroso.
Colección Gaviotas de Azogue 4. Agosto, 2007.
CIINOE. ciinoe@hotmail.com
Se autoriza la difusión sin fines comerciales por cualquier medio.


Monólogo teatral, desde un supuesto “yo mentiroso”, de cualquier mujer, sin más.
O monólogo de una vedette o de cualquier otro personaje teatral un tanto enloquecido, alienado.
Como todo monólogo (y al contrario de un soliloquio) se trata de una situación en que se habla “para” alguien, en este caso se presupone que existe un público de uno u otro tipo.
Si se asume desde la oralidad y no desde el teatro: cuento del “yo mentiroso” contemporáneo, uno que viene de la tradición “mentirosa” de los cuenteros comunitarios.


¡Yo tenía…! ¡Yo tenía una gata única en el mundo…! ¡Me lo crean… o no me lo crean! (Pausa.) Mi gata era como yo. Así, ronroneadora, holgazana y… Bueno, como yo. ¡Hermosa la gatica! ¡Un amor! Pero no es por eso que era única en el mundo, aunque ya eso era bastante bastante. Díganme ustedes: ¿Si vieran una gata como yo no dirían que es única en el mundo? ¡Pero no! Yo tenía una gata única en el mundo por otras razones. Por razones de peso. Mi gata, cada vez que maullaba, lanzaba por la boca como si fueran soles y estrellas relucientes, monedas y más monedas. Y mientras más maullaba, más monedas y monedas lanzaba. (Pausa.) La primera vez que mi gata maulló, era tan chiquitica, que la moneda que le salió por la boca era del tamaño de una lentejuela. ¡Ay, las lentejuelas! ¡Con lo que me gustan a mí las lentejuelas! Yo coleccioné todas aquellas diminutas monedas y me hice un vestido. ¡Qué vestido! Cuando me lo ponía para andar por la calle todos se apartaban a mi paso. Me parece oírlos. Los horrores que decían cuando el sol le daba al vestido y los cegaba. ¡Envidiosos! (Pausa.) Yo me sentaba horas y horas frente a la gatica a esperar que maullara. Así debe ser la música celestial, pensaba yo, como los maullidos de esta gata. ¡Y soñaba, soñaba! Porque en la misma medida que mi gata crecía, crecían las monedas que lanzaba por la boca. ¡Y yo soñaba, soñaba! Me compraría, ¡total, ante todo me compraría un hombre! ¿Por qué una no va a poder comprarse su hombre? ¿Por qué una va a tener que estar aceptando cualquier cosa que se le cruce en el camino? ¡La escasez de hombres obliga a las mujeres a cada sacrificio, a llegar a la vejez con cada espantapájaros! ¡A ver!, por qué una no va a poder salir al mercado, ¿o la calle no es un gran mercado?; por qué una no va poder salir y decir: “¡Yo quiero comprar un hombre marca General Electric!” ¡No, no acepto menos! ¡No acepto marcas nacionales! ¡Ni siquiera argentinas o brasileñas! (Pausa.) ¡Y la gata maullaba, y yo soñaba, soñaba! Me compraría con las monedas de mi gata: ¡Un palacio! No una mansión en las colinas, ¡no!, ahorita las más recientes pasan de moda y los arquitectos ya no saben qué construir, cristales por aquí, cristales por allá. ¡Oigan, que desconsideración!, con lo que cuesta mantener limpia, una sola, sencilla, ínfima, ventana de cristales. ¡Tampoco me iba a comprar un piso de lujo en un edificio de la ciudad! Si mientras más de lujo más llaves una está obligada a cargar. Y una siempre se siente contra el piso, porque el peso de las llaves la arrastra la arrastra la arrastra a una contra el suelo. ¡No! Si cada vez tienen más rejas, es como vivir en una jaula que está dentro de una jaula, cercada, finalmente, por otra jaula. ¡No! ¡Con las monedas de mi gata única en el mundo me compraría un palacio! ¡Auténtico! Del siglo… ¡y yo que sé! De cualquiera de esos siglos en que se hacían verdaderos palacios: De piedras enormes, con fosos y puentes levadizos y murallas y torreones. ¡Hasta con sus fantasmas! ¡Todo genuino! ¡Y de excelente calidad! Porque tampoco dejaría que me lo construyeran aquí, que aquí cada vez construyen peor. En este país ya no hacen bien ni una casa, ¡que van a construir en esta época un buen palacio! ¡Yo estoy por lo legítimo de calidad! ¡Y por las importaciones! Y en esto del palacio me pronuncio además por las tradiciones más antiguas. Las tradiciones son lo único que no pasa de moda, ellas se mantienen. ¡Un palacio traído de Grecia! Piedra sobre piedra transportada desde la antigüedad. ¿No es así como se dice? Un palacio de la antigua Grecia gracias a mi gata. (Pausa.) ¡Y yo la oía maullar, y soñaba, soñaba! ¿Qué más necesita en este país que se ha vuelto tan incivilizado una mujer que tiene un hombre General Electric y un palacio de la antigua Grecia? ¡Ah, claro, la cultura! Con las monedas de mi gata me compraría para mi sola una orquesta sinfónica. ¡Eso sí!, ¡con músicos extranjeros! Si una va a convivir con tanta gente dentro de casa, que sean extranjeros. Ingleses, si es posible. ¡Tan refinados! ¡Tan solemnes! ¡Tan ceremoniosos! Imagínense, con tantas reinas como han tenido, estoy segura que viviendo en un palacio la harían sentir a una como su soberana. ¡Yo siempre he querido reinar! (Pausa.) ¿Y qué más, que más necesita una? Bueno… algunas mejoras… total que si una va a ser reina, debe ser la más bella, la más esplendorosa, ¿no? Y no es que requiera hacerme mucho, no. Una sabe cuando está en forma. Reparaciones menores… (Pausa.) ¡Y trajes, por supuesto, trajes de lamé dorado, de terciopelo rojo, de tul azul, de monedas brillantes…! (Pausa.) Les voy a decir algo: ¡No estoy dispuesta a que desde que empecé a contarles que tenía una gata única en el mundo, unos se rían a carcajadas, otros alcen las cejas en señal de duda, y otros me miren lastimeramente! El hecho de que yo me vista de un modo humilde, de que no esté en un palacio, y hasta de que pida dinero prestado a alguno, ¡no significa que yo no tenía una gata única en el mundo, ni significa que mi gata cada vez que maullaba, no lanzaba por la boca monedas y más monedas…! ¡Lo que ocurre… es que las monedas… eran falsas!