jueves, 24 de enero de 2008

CASABLANCA. BAHÍA DE LA HABANA.

FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES (Cuba/España)
Poema. Colección Gaviotas de Azogue 22. Noviembre, 2007.
CIINOE. ciinoe@hotmail.com.
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amor,
por los tablones del muelle
tendidos sobre la grasa iridiscente del puerto,
por estas rugosas maderas
apoyadas en troncos que conocen
el misterioso secreto de carabelas piratas,
de cañones corsarios que aún libran sus combates
en la profundidad del agua,
por los restos de gaviotas y de peces muertos
que golpean contra la lancha
para sobrevivir en la evocación de su belleza,
por el embarcadero que da entrada al caserío vertical
y colgante en las rocas,
a este caserío donde el polvo del carbón es derrotado
por el verde de la hierba y de los árboles,
donde el ruido de grúas, barcos, talleres y silbatos
no puede vencer el silencio de un fulgor
que empieza en el relámpago de los flamboyanes
y cruza de cuadra a cuadra la ladera,
por los rieles de este curioso tren que en su vejez
semeja un tranvía dispuesto a continuar su marcha,
por el parque abierto encima del primer escalón rocoso
con sus bancos de piedra reconfortantes
en la callada quietud de su espera,
por las casas que desde la línea de la costa escalan
entrecubiertas de enredaderas salvajes hacia el sol,
por los escalones improvisados en las piedras
que en su ascenso conducen a las instalaciones meteorológicas
bordeando las paredes y ventanas,
el hierro y la madera,
la mampostería colonial o la tabla con olor a monte
para irrumpir en los patios familiares
y en la intimidad de las habitaciones,
por la calle que en el segundo escalón
inicia la tierra hasta llegar al asfalto
y desde donde la cascada de tejas
desciende hasta la bahía,
por esta calle que olvida la estatua en su soledad
para bajar tranquila entre flores silvestres
y el rumor de un campanario que enmudece
en medio del húmedo salitre,
por esta calle de ver la ciudad en la otra orilla
como un reto que viniendo de la antigua fortaleza
guarda sus aceras de volver,
sus ramajes y bejucos, sus gorriones,
el ahora canto libre de sus generosos coralillos,
por este poblado,
por todo su hermoso resplandor de blanca casa
para la ternura que comparto esta tarde,
déjame gritar como una melodía
que salta de las embarcaciones a las enramadas,
como una melodía
que rebota de los tejados a los pisos,
como una melodía
que rueda de las cercas a los muros,
como una melodía
que recorre el crespúsculo y el horizonte,
déjame gritar, amor,
que te amo para siempre
como el estallido incontenible de la vida.

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