sábado, 21 de junio de 2008

TRILOGÍA DE HOMBRE QUE MIRA POR LA VENTANA

FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES (Cuba/España)
Cuentos hiperbreves inéditos.
CIINOE. ciinoe@hotmail.com
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HOMBRE Y MUJER EN LA CALLE
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El hombre mira por la ventana. De pie en un octavo piso. Es muy tarde en la noche. La calle le parece una de aquellas que veía en las películas norteamericanas de su infancia. Es una calle con árboles y edificios bajos y anuncios lumínicos y farolas. El hombre se siente afortunado. Una calle no ruidosa, grata. Observa como en su ángulo de visión aparece una mujer: joven, erguida, enérgica. Aproximándose de frente no camina por una acera sino por el centro mismo de la calle. Un coche pasa veloz por al lado de la mujer. Casi la roza. Casi. El coche desaparece. La mujer se ha detenido. Siempre en el centro de la calle. Inmóvil. Excepto por su cabeza que se alza y dirige la mirada hacia la ventana iluminada del hombre. Es imposible por la distancia, pero el hombre siente que las miradas tropiezan. Entonces la mujer se lleva la mano derecha al centro de sus piernas y hace el ademán de alzarlo. El hombre, sin dejar de mirar a la mujer, apaga la luz.


HOMBRE Y MUJER EN UN BANCO

El hombre mira por la ventana. Desde muy arriba. Y en la acera, debajo, está sentada una mujer. Es de madrugada. La mujer se halla como tirada sobre un banco por lo que sus ojos enfilan hacia lo alto del edificio. Las miradas se encuentran, se entrelazan, se quedan atrapadas un tiempo largo que pareciera no tener fin. La mujer se quita la blusa. Se quita el sostén. Siempre sus pupilas hacia el hombre. El rostro de la mujer está iluminado por la luz de una farola. A los senos los oculta la penumbra. El hombre, más que ver los senos, los adivina y hace esfuerzos por definirlos, por precisarlos. La mujer lo sabe. Guarda el sostén y se pone la blusa. Entonces suelta una carcajada y se dirige al edificio. Y el hombre no tiene la posibilidad de ver si la mujer entra o no entra.


HOMBRE Y MUJER EN UN BALCÓN

El hombre mira por la ventana. Está a oscuras en su habitación. Casi amanece. El edificio donde vive no es ni alto ni bajo. En el edificio de enfrente, de igual altura y también en un piso de la última planta, una mujer sale a un balcón. Es joven, delgada, de contornos armónicos. Y está desnuda. El hombre no puede dejar de observarla. La mujer parece dejarse acariciar por la luz de la luna. Entonces la mujer lo advierte, se miran a los ojos, allí en las órbitas se detienen sin tiempo, y la mujer alza la mano izquierda y se cubre el seno izquierdo. O se lo agarra mientras no deja de mirar insondablemente al hombre que se cubre el ojo derecho con la mano derecha.
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